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031723 Santo Toribio de MogrovejoToribio era graduado en derecho, y había sido nombrado Presidente del Tribunal de Granada, España, cuando el emperador Felipe II al conocer sus grandes cualidades le propuso al Sumo Pontífice para que lo nombrara Arzobispo de Lima. Roma aceptó y envió el nombramiento.

En 1581 llegó Toribio a Lima como arzobispo. Su arquidiócesis tenía dominio sobre Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile y parte de Argentina. Medía cinco mil kilómetros de longitud y abarcaba más de seis millones de kilómetros cuadrados.

 

Al llegar a Lima, Toribio tenía 42 años y se dedicó con todas sus energías a lograr el progreso espiritual de sus súbditos. Los conquistadores cometían muchos abusos y los sacerdotes no se atrevían a corregirlos. El arzobispo empezó a atacar fuertemente todos los vicios y escándalos. A los pecadores públicos los reprendía fuertemente, aunque estuvieran en altísimos puestos.

Las medidas enérgicas que tomó contra los abusos que se cometían, le atrajeron muchos persecuciones y atroces calumnias. Él callaba y ofrecía todo por amor a Dios, exclamando, “Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro Señor”.

Tres veces visitó completamente su inmensa arquidiócesis de Lima. En la primera vez gastó siete años recorriéndola. En la segunda vez duró cinco años y en la tercera empleó cuatro años. La mayor parte del recorrido era a pie. A veces en mula, por caminos casi intransitables. Eran viajes para destruir la salud del más fuerte. Muchísimas noches tuvo que pasar a la intemperie o durmiendo en el suelo. Los preferidos de sus visitas eran los indígenas y los negros, especialmente los más pobres, los más ignorantes y los enfermos.

Logró la conversión de un enorme número de indígenas. Cuando iba de visita pastoral viajaba siempre rezando. Al llegar a cualquier sitio su primera visita era al templo. Reunía al pueblo y les hablaba por horas y horas en el idioma de ellos que se había preocupado por aprender muy bien. En cada pueblo se quedaba varios días instruyendo a los nativos, bautizando y confirmando.

Santo Toribio recorrió unos 40,000 kilómetros visitando y ayudando a sus fieles. Al final de su vida envió una relación al rey contándole que había administrado el sacramento de la confirmación a más de 800,000 personas.

Fundó el primer seminario de América. Casi duplicó el número de parroquias o centros de evangelización en su arquidiócesis. Cuando él llegó había 150 y cuando murió ya existían 250 en su territorio.

Cuando llegó una terrible epidemia gastó sus bienes en socorrer a los enfermos, y él mismo recorrió las calles acompañado de una gran multitud llevando en sus manos un gran crucifijo y rezándole con los ojos fijos en la cruz, pidiendo a Dios misericordia y salud para todos.
El 23 de marzo de 1606, un Jueves Santo, murió en una capillita, en una lejana región, donde estaba predicando y confirmando a los indígenas. Ya moribundo pidió a los que rodeaban su lecho que entonaran el salmo que dice: “De gozo se llenó mi corazón cuando escuché una voz: iremos a la Casa del Señor. Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor”.

Las últimas palabras que dijo antes de morir fueron las del Salmo 30: “En tus manos encomiendo mi espíritu”.

Su cuerpo, cuando fue llevado a Lima, un año después de su muerte, todavía se hallaba incorrupto, como si estuviera recién muerto.

Después de su muerte se consiguieron muchos milagros por su intercesión. Santo Toribio tuvo el gusto de administrarle el sacramento de la confirmación a tres santos: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de Porres.

El Papa Benedicto XIII lo declaró santo en 1726.

— Condensado de ACI Prensa