El poder de María cambió la vida de un DJ
CHARLOTTE — “Vestidos de negro, encapuchados, muy bien entrenados, pues fueron soldados, la mafia les paga, y ellos disparan, no pueden fallar”. Como ‘500 balazos’, el tema de la agrupación Calibre 50, eran las letras que cantaban los temas musicales “bien perrones” que Rafael Cruz, ‘el Punch de la Sierra’, gozaba presentando desde 2005 en las estaciones radiales de Charlotte en las que trabajó.
El corrido pesado es un género musical que alienta la bebida, el consumo y tráfico de drogas, la infidelidad, el asesinato, la violencia y el sexo desenfrenado. Conocidos como ‘narcocorridos’ y ‘corridos alterados’, estos temas se hicieron populares entre la juventud mexicana e inmigrante en los Estados Unidos, que creyó ver en los personajes de estas historias a sus héroes, hombres y mujeres dignos de imitar.
Para Cruz, natural de Veracruz, México, que había comenzado a los catorce años la carrera de locutor en su ciudad natal y trabajado en varias estaciones populares de la República Mexicana, la tarea de popularizarlos resultaba grata y divertida.
“Yo trabajaba en la radio los siete días de la semana”, asegura Cruz. “El show que animaba los sábados llegó a tener mucha pegada y la gente me saludaba en la calle, me quería. Me pedían animar a la gente en las discotecas para que bebiera, para que concursara bailando o a las muchachas a mojarse las camisetas y mostrar sus cuerpos. Hacía la producción de comerciales de todo tipo, hasta para brujos y espiritistas con los que conversaba por teléfono”, y el DJ sintió que el éxito tocaba a su puerta.
INFANCIA CATÓLICA
Rafael, un niño travieso e inquieto, creció en un hogar católico. Su abuela materna, Julia, lo llevaba junto con todos sus primos y hermanos, un grupo de más de 15 niños, a veces dos veces por semana a rezar el Rosario y les contaba historias de santos.
“Yo era como hiperactivo, jugando a la pelota a veces rompía sin querer las macetas de la casa y molestaba mucho a mis padres. ¡Rafael, Dios te haga un santo, ya no te soporto! me decía mi abuela constantemente.”
A los catorce años ingresó a trabajar como locutor a Radio Variedades, luego pasó a Radio La Invasora de Córdoba. “Ya me había alejado de la iglesia y, a los 19 años, me dediqué a tomar alcohol casi diariamente, salir con amigos y amigas a discotecas y comencé a soñar con lograr la fama y reconocimiento que deseaba”.
“Quería tenerlo todo: fama, dinero”, cuenta, por lo que decidió, a los 23 años, probar suerte en los Estados Unidos, “con el deseo de algun día tener mi propia estación de radio y mucho, mucho dinero y fama”.
Llegado a Estados Unidos, como muchos inmigrantes, comenzó a trabajar en construcción y, con lo fuerte del trabajo, sintió la falta de Dios y se acercó a Él. Buscó una iglesia católica y llegó hasta la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe donde conoció al Padre Vicente Finnerty, quien le dió trabajo para colaborar en Radio Tepeyac, una estación a la que la desaparecida Radio Líder de Charlotte le concedía un espacio matutino en su programación.
En 2004 un amigo contratista lo llevó a Radio Líder donde retomó su trabajo de locutor comercial y se olvidó de todo, dejó la iglesia y volvió a las andadas de la calle. “Otra vez me volví a salir de las manos de Dios”, nos confesó.
UN VASO NUEVO
Su éxito en la profesión llegaba al mismo tiempo que su propio cuestionamiento por su conducta. “Era mi trabajo, hacia las cosas pero siempre mi corazón me decía que algo no estaba correcto”, subrayó.
Hasta que en 2009 llegó el día en que se enfermó, “y cada vez que hacía algo que sentía que era indebido me enfermaba, me dolía la cabeza, me ardían los oídos y sentía náuseas”. Empezó a tratar de orar, de acercarse nuevamente con sus propios medios a Dios y “paso a paso, a ver más a Dios”.
Una mañana, al término de la promoción de un grupo de corridos pesados que llegaba a un baile local, criticó al aire a la agrupación, a sus seguidores, al contenido de su música. Minutos después recibió la llamada del jefe de la estación que lo amonestó severamente pero no lo despidió.
A los pocos días – sin tener otra opción laboral – decidió dejar el trabajo. “Renuncio, ya no cuentes conmigo, ya no quiero saber nada. No voy a volver. Ya no puedo más”, le dijo a su jefe.
Un amigo de la misma estación había sido invitado a participar en un encuentro Emaús. “Él no podía ir y me entregó la hoja de inscripción. Llamé, me inscribí y así llegué nuevamente a la Iglesia”, relata.
“Los tres días del encuentro no paré de llorar. Fue algo tan grande que desde allí Dios me dió una nueva oportunidad para que me enamore de las cosas de Dios. Yo sentí que no podía vivir sin esto”.
DURO RETORNO
Pero el camino de retorno no iba a ser de rosas. Rafael cayó en una depresión en la que sentía que no quería vivir. “Yo creo que Dios me estaba pasando por el crisol, que era una etapa de prueba de mi fe. Y creo que era para limpiarme de todo lo vivido y de todo lo que lo había ofendido”, sintió Cruz.
“Mi esposa estaba desesperada y una tarde me trajo un Rosario. Como pude volví a aprender el Rosario, empecé a rezarlo y eso me daba paz. Por eso que lo volvía y volvía a rezar. Así me sané. Escuchaba la misa todos los días y empecé a visitar el Santísimo, lo que hago hasta hoy diariamente”.
Fue un largo año en el que Cruz dejó las pastillas contra la depresión que sentía no le hacían nada. Solo rezar el Rosario le daba paz y tranquilidad.
Hoy no hay más corridos perrones ni alterados. Hoy es la voz de las Novenas, de las reflexiones, de las consagraciones, de oraciones que comparte por internet y las redes sociales, colaborando con muchos grupos y ministerios hispanos de varias iglesias.
“Soy muy feliz, Dios me ayudó a través de María Santísima”, nos dice y recomienda aplicar su receta de vida: “poner primer a Dios, antes que tu trabajo, antes que todo. Lo demás vendrá por añadidura”, sentenció.
— César Hurtado, Reportero Hispano