CHARLOTTE — “Tengo diez años de ordenado y cincuenta de desordenado”, nos dice el Padre Gabriel Carvajal, quien el pasado 5 de junio celebró sus diez años de ordenación sacerdotal en la Diócesis de Charlotte. “Tengo 60 pero me siento como de 70”, dice, con su habitual sentido del humor, reconociendo que su decisión de convertirse en sacerdote fue tardía.
Carvajal, nació en Tejupilco, Estado de México, pueblo originario de los abuelos del cura Miguel Hidalgo y Costilla, prócer de la independencia de México. Con catorce hermanos, vivió su adolescencia y juventud en Veracruz, recibiendo influencia religiosa de la familia de sus padres.
En 1977 sintió el primer llamado de Dios para servirlo por intermedio de una tía que lo llevó al seminario. “Pero lo encontramos cerrado, me desanimé un poco, las cosas no se dieron y me dije a mi mismo que sería un católico verdadero, me casaré, tendré muchos hijos y seré un padre de un gran pueblo”, ríe, añadiendo que solo tuvo tres novias, “pero con buenas intenciones y en serio, aunque eso de estar enamorado es una enfermedad y la medicina es muy cara”, asevera riendo nuevamente.
En junio de 1979, ilusionado con las historias que le relataban sus tíos sobre Estados Unidos, cruzó por primera vez la frontera, “allá por Piedras Negras, Coahuila. Y lo hice bien mojado”. Tras llegar a Center, Texas, un pueblo casi limítrofe con Luisiana, trabajó con su hermano y unos primos en una pollera, hasta que la ‘migra’ llegó, huyeron y se refugiaron en una granja del estado de Florida. Pero “no había chiles ni tortillas, había que hacérselo todo. Así que me regresé para México en 1983”, donde se puso a trabajar y convirtió en misionero de los ‘Apóstoles de la Palabra’ del Padre Flaviano Amatulli.
En 1992 volvió a Estados Unidos y en 1997 tomó contacto con el Padre Mark Lawlor, párroco por ese entonces de Nuestra Señora de las Américas en Biscoe, sirviendo en su parroquia como misionero laico, músico, dando pláticas sacramentales y cursos de evangelización. Mientras tanto, trabajó en jardinería, fábricas y haciendo entregas a domicilio.
¿DIÁCONO O SACERDOTE?
En 2002, cuando pensaba que ya estaba muy mayor, no hablaba bien inglés y era indocumentado, trató de convencerse que debía casarse y solo ordenarse diácono, pero casado. ¿Y tiene novia?, le preguntó el Padre Ricardo Sánchez, a quien considera como su padrino vocacional. “No, pero me busco una”, respondió apurado, asegura alegremente el Padre Gabriel.
Luego, mientras caminaba, junto con el Padre Ricardo, a la oficina de la parroquia para llamar al coordinador de los diáconos y preguntar sobre el proceso, el mismo sacerdote le dijo que era mejor que se enrolara como cura. Sin darle tiempo a reaccionar, Gabriel Carvajal se encontró solicitando una entrevista con el director vocacional, Padre John Allen, para ingresar al Seminario.
Estudió en los Seminarios San José en Luisiana, Inmaculada Concepción en Huntington, Nueva York, la Universidad Queens en Charlotte y luego en la Pontifica
Universidad de México, donde llegó tras un error en el proceso migratorio que lo llevó a la pérdida de su visa. “Ahí estudié Teología con una muchacha que se sentaba a mi lado. Por tres años seguidos compañera de carpeta. ¡Ya estaba cambiando de rumbo. Ya la extrañaba cuando no llegaba!”, bromea.
Mientras tanto, la música corrió paralela a la vocación misionera. Desde los 15 años con la guitarra y luego con el acordeón, el Padre Gabriel todavía ameniza muchas reuniones con su grupo ‘Pescador’ y, de vez en cuando, “me aviento un corrido”, pues “hasta que no me corran yo sigo andando”.
MARCA PERSONAL
El Padre Gabriel Carvajal ha dejado una marca a su paso por las parroquias San Luis Gonzaga en Hickory y San Gabriel en Charlotte. El 21 de julio dejó el cargo de Vicario Parroquial en la Iglesia San Gabriel para asumir la coordinación del Ministerio Hispano del Vicariato de Albemarle.
Especialmente en la parroquia San Gabriel se enfrascó en una campaña dirigida a eliminar lo que llama “el catolicismo light” y alentando a que los laicos se involucren en la marcha de la Iglesia.
Sus prédicas, cargadas de comparaciones del sufrido pueblo hebreo con las tribulaciones que pasan los inmigrantes en los Estados Unidos, mantenían atentos a los fieles que asistían a la Misa dominical en español que celebraba una vez por mes. “Siento que como comunidad hispana nos hace falta más integración pues nos quejamos de discriminación y, a veces, nosotros mismos somos los que discriminamos”.
Su gran sentido del humor y comparaciones prácticas con situaciones de la vida real, fueron una brisa de mensajes refrescantes sobre la misión solidaria del católico realmente comprometido con la práctica de su fe.
El Padre Gabriel colaboró con la página de Facebook de Catholic News Herald y realizó una serie de videos llamada ‘Un minuto con el Padre Gabriel’, donde abordaba temas sobre la fe.
A la pregunta de si se retirará algún día nos responde: “Me gusta estar con la gente. No comparto la idea de un padre que se retira, que se encierra con un perro allá en una casa. No, no, no. Yo me quiero morir como las chicharras: cantando”.
— César Hurtado, reportero