Hace unos días, con ocasión del incendio que redujo a cenizas las viviendas y propiedad personal de decenas de familias hispanas en Charlotte, me acerqué al refugio instalado por la Cruz Roja en la escuela media Albemarle Road.
Mi propósito era solo cubrir la historia, entrevistar a los afectados y dar a conocer a la comunidad el sufrimiento que atravesaban los damnificados. Nada más. Trabajo de rutina, solo ir, conversar, regresar, escribir y publicar.
Al llegar e ingresar al gran salón donde habían pasado la noche cerca de 80 personas, me dió la impresión de estar en un lugar de desastre, de aquellos a los que solo nos acercan las imágenes de la televisión y que, al verlos, nos parecen hechos lejanos y, en verdad, casi imposible que nos pueda suceder a nosotros.
Voluntarios de la Cruz Roja, la mayoría de ellos anglos, se multiplicaban y trabajaban como hormigas para atender en la más mínima necesidad de los refugiados.
No pude tomar fotos del interior, pero la primera imagen que vi ha quedado grabada, espero para siempre, en mi mente.
Después de platicar con algunas personas y enterarme del verdadero ‘infierno’ que vivieron y el drama que todavía los afecta, comprendí, o creí haber entendido completamente lo sucedido.
Ya tenía mi historia. Media tarea completa. Ahora solo faltaba escribirla.
Eso era lo que en el momento pensaba.
Pero luego me señalaron a una mujer. Ella, me contaron, había alertado a muchos vecinos del incendio y, en verdad, varios residentes reconocieron que le debían la vida.
María García, una señora mexicana de baja estatura, aceptó mi solicitud de conversar con ella. Sus recuerdos estaban muy frescos y pudo contarme cómo despertó sintiendo el olor a quemado y pudo ver las llamas para después alertar a su hija y avisar a sus vecinos, que sin saber del fuego, dormían plácidamente.
María pudo elegir entre retornar a su casa, sacar su dinero, cartera, teléfono y objetos de valor, pero decidió salvar vidas, no cosas.
¡Qué talla de mujer!, ¡qué personalidad!, ¡qué entrega por otros! María lo contó sencillamente, con palabras que salían de su corazón, no de su mente.
Cuando le pregunté si se arrepentía de algo de inmediato me respondió que no. “Si no lo hubiera hecho, no me perdonaría jamás el haber visto la muerte de uno de mis vecinos. Ellos son como mi familia, nuestros hijos han crecido juntos, nos queremos”, dijo.
Mi historia contó lo sucedido, pero no pudo reflejar el rostro ni el alma de María.
Cada día me convenzo más que el secreto de la sabiduría no se encuentra entre los más poderosos sino en los más humildes.
César Hurtado, productor audiovisual graduado en la Universidad de Lima, es miembro de la Iglesia San Gabriel en Charlotte y periodista para HOLA Noticias en Charlotte.