Cuaresma (“cuadragésimo” o cuarenta días antes de la Pascua), es el tiempo de preparación de la Iglesia por medio del sacrificio y la oración para celebrar dignamente la Resurección de Jesucristo. Marcada con un profundo espíritu de sacrificio por medio del ayuno y la abstinencia de carnes, junto a la plegaria u oración, nos da tiempo y espacio para impulsar nuestra vida hacia una mayor cercanía a Dios.
La duración se inspira en el modelo bíblico de preparación y purificación antes de iniciar una nueva etapa, evento o misión. Así tenemos el ejemplo del gran diluvio, con una duración de cuarenta días y cuarenta noches, que purificó al mundo de su antiguo pecado. O el caso de Moisés, que pasó el mismo tiempo de preparación para entrar en la presencia de Dios y recibir los mandamientos (Éxodo 24, 18). Y nuestro Señor Jesucristo, quien antes de iniciar su ministerio público fué conducido hacia el desierto donde permaneció por cuarenta días y noches en ayuno y oración para finalmente enfrentar las tentaciones del demonio (Mt. 4, 1-2).
Es así que la Iglesia antecede cuarenta días de preparación a la festividad más importante de nuestra fe, la Resurrección del Señor, “porque si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra predicación y vana también nuestra fe” (1 Cor. 15, 14).
Dicho lo anterior, comprendemos que la iglesia nos invita a elevar nuestro ser a Dios, dejándonos conducir por las “alas del alma” con sacrificio, penitencia y oración. En el sacrificio entra en juego el ayuno y las buenas obras, porque una penitencia ha de estar siempre acompañada de la caridad, es decir, de salir de sí mismo y mirar hacia los demás y sus necesidades. Una buena penitencia siempre nos conducirá al alejamiento de las actitudes narcisistas que solo buscan complacernos a nosotros mismos, olvidándonos de los demás.
El mejor sacrificio es romper con la opresión y toda maldad, dar pan al hambriento, vestir al desnudo, socorrer al sin techo, no dar la espalda al que te necesita (Isaías 56, 6-7). Por lo tanto, hablar de sacrificio no solo se refiere al ayuno de alimentos y abstinencia de carnes sino también al desapego de los malos hábitos y costumbres, como adicciones, mal carácter, maledicencia en el hogar o el trabajo, inhumanidad, insensibilidad, egoísmo, rencor, venganza, arrogancia.
Por otra parte, la oración es muy importante ya que es la comunicación con Dios en base diaria. Para orar nos podemos ayudar con las Sagradas Escrituras, libros, manuales de oraciones o lecturas sobre la vida de algún santo. No olvidemos que hay que conversar con Dios de un modo espontáneo, es decir, con nuestras propias palabras. Ya sea en tiempos designados, o aún en medio de nuestras actividades, podemos elevar nuestros pensamientos a Dios y comunicarnos con Él.
El ambiente para vivir la cuaresma es muy importante. Y aquí destaco la palabra “desierto” que aparece en los relatos sobre los encuentros con la presencia de Dios. El desierto implica menos bullicio, ruido y distración, resultando un lugar apropiado para meditar más fácilmente en el misterio de las realidades divinas y la vida en general. Durante la Cuaresma se nos invita a adentrarnos en un ambiente de “desierto” en el que podamos alejarnos de aquello que pueda ser una ocasión de distración y nos impida reencontrarnos con Dios y el prójimo.
Que Dios nos conceda en este tiempo santo de Cuaresma poder alcanzar más facilmente nuestros propósitos de ser mejores personas para celebrar la Pascua. Que si nos encontramos agobiados, perseguidos o cansados como el profeta Elías podamos encontrar el consuelo, la fortaleza y alimento divino para seguir en nuestra vida y misión. O si estamos confundidos, como el pueblo de Dios junto a Moisés, podamos recibir la claridad de su santa voluntad aceptando su santa ley. Y que en la luz de Cristo podamos vencer las tentaciones y trampas que el maligno pone en nuestro camino
Padre Fidel Melo es el director del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.