En julio vamos a explorar juntos dos temas fundamentales: ¡el amor y la vida! La meta no será tratar a profundidad estas maravillosas realidades, sino trazar un panorama general en cinco brochazos.
Ojala nos ayuden a recibir y regocijarnos en el plan que Dios tiene para nosotros, para que las familias se fortalezcan y que en ellas aumente la alegría.
— Padre Santiago Mariani, vicario parroquial de la Iglesia de San Vicente de Paúl en Charlotte
Parte 1: El Origen y la Naturaleza del Amor
Hace un par de semanas celebramos la Fiesta de la Santísima Trinidad, una fiesta que nos habla de la intimidad y del amor. Porque así como un hombre abre el corazón a su amada, así Dios nos reveló los profundos secretos de su vida íntima. Dios es tres Personas en una Naturaleza Divina—Padre, Hijo y Espíritu Santo—o sea, una comunidad eterna de Amor en la que cada Uno, siendo totalmente Dios, es totalmente Dios en comunión con los Otros Dos. Por toda la eternidad el Padre conoce, ama y vive en Su Hijo, engendrándolo de esa manera a la existencia. Por toda la eternidad, el Hijo recibe Vida del Padre y le responde entregándose completamente a Él, sin excluir nada. De este intercambio mutuo e in-terminable de Vida procede el Espíritu Santo, ¡el Fruto y la Unión de Su Amor!
Por Su infinita Bondad, Dios anhelaba compartir la Dicha de Su Vida con otros, y por eso creó el universo como un don gratuito. Cada creatura surgió de Su Poder para participar en Su Existencia, cada una a su manera. Y luego, en el pináculo de la creación, el Dios de Amor creó al hombre con especial cuidado a Su imagen y semejanza, creándolos desde el principio como pareja: "varón y hembra los creó" (Gen 1, 27).
Es por eso que el amor es tan natural para nosotros. Sabemos, casi por instinto, que para que el amor sea verdadero debe incluir la entrega libre y completa de uno mismo. Decir: "Te tomo por esposa solo en un 80%", no bastaría. Y si la respuesta fuese, "Me entrego a ti, siempre y cuando pueda disponer del 5% a mi antojo", sería simplemente un desastre. ¡Raramente las parejas necesitan convencerse de este hecho básico! Y qué hermoso es cuando las parejas sí hacen los votos de su sacrificio total y mutuo, poniendo en sus labios la verdad que yace en sus corazones: "Te amo por completo, con todo mi entendimiento y voluntad, y prometo ser tuyo—completamente tuyo—hasta que la muerte nos separe”.
Y a medida que este regalo total de si mismo se planta en el corazón del otro y se renueva regularmente con el tiempo, vida—nueva vida—¡brota a la existencia! Porque el amor matrimonial no solo es total sino también fructífero, un reflejo—limitado pero profundo—de ese Amor Eterno Que-Da-Vida del Gran Uno-en-Tres y Tres-en-Uno.
Parte 2: Sobre la Generación de Nueva Vida
La semana pasada reflexionamos cómo el verdadero amor conyugal, por naturaleza, une a la pareja como una sola carne, y da fruto a través de esta unión poderosa—un reflejo del Amor eterno y fructífero de Dios. Por su entrega mutua, en las alegrías y tristezas, las parejas expanden y enriquecen sus vidas, haciéndose así más bellas y más abiertas a esa alegría que perdura (cf., “¡no sabía lo que era vivir hasta que te encontré!”). Y esto puede hacerse regularmente de una manera muy concreta y elocuente con el abrazo matrimonial, en el cual se renuevan y afirman los votos nupciales, con palabras ahora habladas por los mismos cuerpos: “Toma, pues este es mi cuerpo—mi propia persona—que está siendo ofrecido totalmente a ti.”
¡Es a través de esta entrega reciproca que las parejas se vuelven co-creadoras con Dios! Dicho de otra manera, es por una unión completa de amor que los niños son tejidos a la existencia, criados, y ofrecidos en agradecimiento a Dios como los regalos—¡no posesiones!—que son. Por tanto, la orden Divina “sean fructíferos y multiplíquense” se extiende a través del tiempo a todas las parejas, con nuestro Dios bendiciendo con gracias especiales a aquellos padres que deciden con deliberación generosa y prudente criar una familia numerosa como un ejercicio real de paternidad responsable.
Habiendo dicho esto, la Iglesia sí reconoce que hay tiempos en los cuales por razones bien fundamentadas basadas en factores físicos, psicológicos, económicos o sociales, una pareja también puede juiciosamente evitar un nuevo embarazo—inclusive por un periodo de tiempo indefinido—sin ofender en lo mínimo las leyes de Dios. (cf., Humanae Vitae 10,16). Sabiendo esto, es vital para las parejas que han decidido tener más hijos que recuerden que sí es posible para los demás espaciar los embarazos como otra expresión de paternidad responsable. De la misma manera, también es importante para los que legítimamente están evitando el embarazo reconocer que las parejas que están teniendo más hijos en virtuosa cooperación con Dios lo hacen como un servicio valiente y admirable a nuestro mundo.
Antes de profundizar más en este tema, un consejo: hay que tener cuidado de no juzgar a los demás solo por las apariencias. Hay numerosas parejas que con ilusión desean tener más hijos—o por lo sea uno—y se encuentran en la dolorosa situación de no lograrlo: “Dame hijos,” exclamó Raquel a su esposo Jacob, “porque si no, ¡me muero!” (Gen 30:1). Este sufrimiento se intensifica aún más por las personas que los juzgan diciendo que no tiene hijos por “puro egoísmo”, lo cual es contrario a la realidad. Por lo tanto, siempre debemos asumir lo mejor de los demás, y orar por los que sabemos que se encuentran en esta situación. Ya que hasta en estos casos difíciles, el amor de la pareja puede igual dar fruto abundante a través de la adopción o por actos expansivos de caridad, paciencia, y confianza en el poder y cuidado de nuestro Padre amoroso.
Parte 3: Un Enemigo Común y Sin Embargo Letal del Amor
La semana pasada consideramos cómo la unión sexual dentro del matrimonio es una forma hermosa de renovar los votos matrimoniales. También, dijimos que es posible espaciar legítimamente los embarazos. Pero ¿cómo hacerlo?
Una respuesta común, aun entre cristianos bien intencionados, es la anticoncepción, o impedimento deliberado de la fertilidad del acto conyugal. Esto puede hacerse antes del acto conyugal usando, por ejemplo, un dispositivo intrauterino o DIU (en realidad un abortivo ya que impide la implantación del bebe embrión ya plenamente humano en la matriz materna), “la pastilla” (que también puede actuar como abortivo) o la esterilización quirúrgica. También durante el acto conyugal, por ejemplo, a través del uso del condón o del método de retiro. Y, finalmente, después del acto, ya sea por “La Pastilla del Día Des¬pués”/“Plan B” o el aborto di-recto. Estas y otras opciones son tan aceptadas, que las parejas se sorprenden al enterarse que la anticoncepción no solo es algo incorrecto (como eructar en público) sino un mal intrínseco y grave: intrínseco ya que es inmoral por su propia naturaleza y no puede ser disculpado por la consciencia de uno en ningún caso; grave puesto que es una obra de las tinieblas diametralmente opuesta al plan de Dios; maligno ya que nos previene de caminar fielmente con Cristo, recibirlo en la Santa Comunión, y, al cabo de todo, entrar a su Reino de Luz.
Pero ¿qué es lo que hace a la anticoncepción tan inherentemente mala, aquí y en todas partes, a través de las culturas y el tiempo?
En parte, la anticoncepción es tan abominable porque no solo rechaza el potencial procreativo del abrazo marital, sino que también deforma de tal manera la unión de la pareja, objetiva y gravemente, al mismo tiempo (aunque los dos cónyuges estén de acuerdo en su uso). Para entender esto mejor, recordemos que para que el amor marital sea amor verdadero, debe de ser una entrega total: no “Yo me entrego a ti un 75%”, sino, “Completamente y por siempre!” La anticoncepción dice algo diferente: “Yo te acepto a ti, pero no a tu fertilidad. Yo me entrego a ti, pero solo te doy parte”. Este no es ni el lenguaje ni la realidad del amor conyugal, sino un engaño—simplemente una mentira. Es por eso que al frustrarse la fertilidad del acto se frustra también su poder de unir a la pareja como una sola carne, ya que no expresa—y a lo tanto no puede renovar—una completa unión de amor marital.
Entonces, ¿porque nuestra Madre la Iglesia es tan inflexible con el tema de la anticoncepción? Ella está en contra de este profundo mal porqué está dispuesta a utilizar la autoridad que Dios le dio ¡para luchar por tu amor, para luchar por tu matrimonio, para trabajar por tu alegría! Ya que, afortunadamente, está lista para guiarnos con sus cuidados maternos en estos temas de vital importancia, aunque esto signifique ir, dolorosa pero fielmente, en contra de las fuertes corrientes culturales—amándonos, sus querido hijos e hijas, hasta el final.
Parte 4: Planificar nuestra Familia con Gracia
Hoy vamos a considerar cómo las parejas pueden, práctica y moralmente, posponer nuevos nacimientos por razones bien cimentadas. Como sabemos, mientras cada acto del abrazo marital debe completarse de tal modo que pudiera generarse una nueva vida, esto no significa que cada acto resulte al fin del cabo en un embarazo. Ya que Dios, en su sabiduría, ha creado a las mujeres de tal manera que sean fértiles solo una pequeña parte del mes. Por lo cual, las parejas pueden abstenerse de tener relaciones durante el tiempo fértil y unirse de nuevo en el tiempo infértil, un método llamado la Planificación Natural de la Familia.
Pero, ¿no es esto un asunto de suerte? Afortunadamente no lo es. Hoy en día el ciclo de la mujer puede ser monitoreado con gran precisión gracias a marcadores biológicos evaluables diariamente (y con la ayuda de apps!). Por eso, cuando los métodos modernos de PNF se usan correctamente, su efectividad es tan alta que su rango de confiabilidad llega a valores de 95.2% a 99.6% (en un estudio, el Método Marquette alcanzo el 100%; Fehring 2012). Y, como varios de ellos no dependen totalmente, o a veces ni en parte, de fórmulas o de contar días, como en el método antiguo del Ritmo, los métodos modernos de PNF pueden funcionar hasta con ciclos irregulares, aun cuando esto requiera trabajar, al principio, muy de cerca con un instructor.
Los beneficios de la PNF son numerosos. Primero y sobretodo, preserva la integridad de la entrega de uno mismo, permitiendo que el abrazo marital se mantenga verdaderamente marital, o sea, una completa unión de amor en que todo es dado y recibido. La PNF también ayuda a fortalecer el romance y la intimidad, ya que obliga a la pareja a mostrarse afecto de otras maneras vitales (emocionalmente, intelectualmente, espiritualmente, etc.). Además de fomentar el dialogo, la PNF permite el crecimiento en la paciencia y el dominio propio, preparando así a las parejas para esos momentos inevitables de separación o enfermedad. Mientras que la anticoncepción puede infligir efectos secundarios severos, y hasta letales (también, irónica y tristemente, a mujeres que tratan de vivir una vida saludable y “orgánica”), la PNF no tiene efectos secundarios, y más aún, ayuda a la mujer a estar más pendiente de su salud. De hecho, ¡ha logrado identificar irregularidades biológicas que de otra manera podrían haber sido ignoradas! Finalmente, la PNF ayuda también espiritualmente, ya que mantiene a la pareja abierta a la gracia de Dios y la ayuda a penetrar más profundamente en la oración durante el tiempo de abstinencia (cf., 1 Cor 7:5).
Como nota final, cabe señalar que la anticoncepción y PNF son dos maneras muy diferentes de alcanzar la misma meta (uno preservando y nutriendo el regalo de uno mismo y el otro previniéndolo y pervirtiéndolo). Es posible, sin embargo, usar los dos métodos con la misma mentalidad deformada: la de ver a los niños como obstáculos a nuestra felicidad y una carga que debe ser evitada a todo costo. Por lo tanto, es necesario para los que practican PNF que cultiven una vida de oración profunda, para que el Espíritu de Dios continúe la acción purificante que nos acerca cada vez más—¡a veces a través de las sorpresas!—al Abrazo Celestial.
Parte 5: Saliendo Adelantes Juntos con Cristo
Al terminar esta serie de boletines, algunos habrán encontrado solamente un repaso sobre el amor matrimonial en el Plan de Dios. Para otros, sin embargo, este material quizás haya llegado como una sorpresa difícil, especialmente para quienes se hayan dado cuenta de que el método anticonceptivo que están usando es abortivo. ¿Cómo, entonces, podemos salir adelantes juntos?
Primero y principalmente, ¡no tengan miedo! Dios es misericordioso, Dios perdona, Dios da la gracia para comenzar de nuevo, no importa cuánto tiempo haya pasado. Aunque la idea de dejar la anticoncepción atrás podrá parecer desalentadora, vayan a una de las muchas clases Diocesanas de PNF (www.ccdoc.org/nfp) y aprendan como también ustedes pueden hacer el cambio. Y aunque a veces fallen en sus metas, por favor no se desanimen. Simplemente vuelvan humildemente a Dios con corazones contritos, denle gracias por esta nueva oportunidad de aprendizaje, e inténtenlo de nuevo con una confianza renovada y una fe perseverante. Recen con su pareja, encuentren paz a través de la confesión y fortaleza en la Eucaristía, ¡ríanse mucho con sus amigos!
¿Será difícil a veces? Sin duda. En conclusión: la abstinencia temporal o permanente puede ser difícil, bien difícil—¡hasta frustrante! Sin embargo, en Cristo todo es posible, y con su gracia todos podemos crecer progresivamente en la verdadera libertad: libres de la esclavitud a nuestros impulsos, libres de entregarnos a los demás con alegría. ¡Y vale tanto la pena! Dice mucho el hecho de que, por ejemplo, 74 de 100 parejas hayan encontrado que la PNF es beneficiosa para sus relaciones. (Vandevusse, 2003); así también, entre las parejas que usan PNF, la probabilidad de que terminen en divorcio es 53% menor (NSFG, 2011). El amor cuesta, pero nos da una felicidad que excede con creces cualquier emoción que la lujuria pueda proveer.
Para aquellos que se han esterilizado quirúrgicamente, sepan que no es necesario revertirlas—la contrición y una confesión honesta son suficientes (aun en estos casos, el uso de la PNF sigue siendo muy beneficioso). Para aquellos cuya pareja usa anticonceptivos, por favor lean en línea el ‘Vademécum para Confesores,’ 13-14, para encontrar ayuda práctica y sensible.
Sin embargo, esta no es una tarea solamente para las parejas, sino para toda la parroquia: la tarea de enseñar, todos juntos, a las nuevas generaciones a apreciar la virtud del amor casto. Esto requerirá hacerles ver el atractivo de la castidad y la dignidad de cada ser humano. También requerirá luchar contra toda tendencia de reducir a los demás—incluyendo a nosotros mismos—al nivel de mera cosas, como es el caso, por ejemplo, con el uso de la pornografía, o del uso de la ropa inmodesta (tanto en la iglesia como en la oficina, en el gimnasio o en el hogar). Pero sobre todo, requerirá que todos estemos decididos a tomar este reto internamente. Es en el seno de nuestros corazones donde debemos escoger a Cristo una y otra (¡y otra!) vez más, para que podamos todos vivir nuestro llamado con una convicción cada vez más profunda, y así proclamar el deseo de nuestro Novio de unirnos más y más a Él Mismo.