Llegué a la Diócesis de Charlotte desde Pensilvania en 1994,
respondiendo la solicitud del Padre Jim Solari, pastor de la Iglesia Católica San Leo, quien había pedido a mi congregación, Las Hermanas de San José de Filadelfia, una hermana religiosa que estuviera dispuesta a establecer un Ministerio Hispano en su parroquia.
El Padre Jim había notado el aumento de la población católica en el Triad y supuso que la mayoría de ellos eran católicos bautizados (verdad), que estaban trabajando para ayudar a sus familias en sus países de origen (también verdad), y que eran aparentemente más que trabajadores migrantes temporales presentes por las cosechas de verano (definitivamente verdad).
Estaba preocupado porque sus necesidades pastorales no eran conocidas y mucho menos satisfechas.
Cuando comencé el ministerio hispano de esta pequeña parroquia, el Padre Joseph Waters era el único sacerdote itinerante de habla hispana dedicado por la Diócesis de Charlotte a atender las necesidades espirituales de los hispanos que residían en nuestra diócesis.
Las hermanas franciscanas Andrea Inkrott y Linda Scheklehoff se ubicaban en las afuera de una tienda ACE Hardware en Yadkinville, ¡y eran verdaderas misioneras!
Un joven sacerdote, el Padre Fidel Melo, se había ordenado recientemente, ¡el primer sacerdote mexicano de nuestra diócesis!
Recuerdo el día en el que el Padre Vicente Finnerty fue nombrado Director del Ministerio Hispano de la diócesis. Todos estábamos sorprendidos, habían tres sacerdotes para servir esta humilde, escondida, santa y creciente comunidad católica.
Y fue entonces cuando me sumé a esta “memoria histórica” de los católicos hispanos y su hermosa ‘Historia de Gracia’ en nuestra diócesis.
Durante los siguientes dos años (1995-1997) la población hispana en Winston Salem y Greensboro explotó. Los registros de nacimiento del hospital de maternidad Forsyth mostraron que el índice de natalidad de los hispanos era cuatro veces mayor que el de los anglos.
Parecía haber también una explosión en el número de mujeres que llegaban, supongo que extrañaban a sus esposos.
Durante esos años las fábricas textiles y de muebles estaban al máximo de su capacidad de producción. Más y más compañías de jardinería aceptaban trabajadores hispanos. La industria de la construcción florecía.
Winston Salem tenía dos hospitales grandes. Había trabajos (aunque algo serviles) para cualquier persona que quisiera ganar dinero.
Recuerdo claramente que en aquellos días la mayor parte de los norcarolinos eran amables, cálidos y receptivos. Cada una de las organizaciones cívicas, escuelas, oficina de gobierno se veía en apuros para atender y dar la bienvenida a los recién llegados hispanos.
Desafortunadamente, algunos de nuestros hermanos y hermanas separados de otras religiones fueron agresivos y muy creativos al tratar de captar a los hispanos recientemente arribados. Recuerdo las imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe colocadas frente a las pequeñas iglesias protestantes y bautistas independientes con un letrero de ‘bienvenido’ a su lado. No tenía idea de cuan fiero se convertiría este esfuerzo por “convertir/robar” a los hispanos católicos.
Durante esos días fui bendecida al ser aceptada por mucha gente extraordinaria mientras luchaba para aprender español, en mi esfuerzo por dar cuidado pastoral a los hispanos, “fieles escondidos”.
La gente fue muy buena conmigo. Me abrieron sus puertas, enviaron a sus hijos a Camp Leo, me cantaron ‘Las Mañanitas’, compartieron sus esperanzas, sus temores, los sueños para sus familias y profundamente cambiaron mi vida a través de su sacrificio, amor y espiritualidad.
Me he acercado mucho más a Dios, cuyo rostro veo todos los días, a través de este santo pueblo.
La hermana Joan Pearson sirve como coordinadora del Ministerio Hispano en el Vicariato de Salisbury.