Como personas de fe sabemos que todo lo que somos y tenemos se lo debemos a Dios: nuestra vida, cultura, familia, idioma, dignidad, amor, pasado, presente y futuro.
Dios es amor y se nos proclama en la primera carta de San Juan 4, 8. Ese amor que se manifiesta a través del sí de nuestras madres al saber que estaban embarazadas de nosotros y dieron un sí a la vida a pesar de la pobreza, enfermedad o inseguridad social en nuestros países; y nos recibieron con alegría y esperanza, cobijándonos en sus brazos con besos y caricias.
Ese sí por la vida nos invita a dar un gracias a Dios no solo por haber nacido y sentido el amor de nuestros padres, familiares, amistades y más, si no también por lo que hemos vivido hasta hoy, bueno o no tan bueno.
Yo vengo de un país que estuvo en guerra y por eso tuve que dejar la patria. Viví toda mi niñez con anemia y bronquitis crónica. No me crié en el mejor barrio de la ciudad. Me dio dengue más de una vez en mi niñez y juventud.
Ahora, a los 50 años de mi vida, doy gracias a Dios no por todas esas penurias y sufrimientos que tristemente son parte de la vida en muchos de nuestros pueblos, sino por la familia que tuve, por el amor que me alimentó y me dió vida, esperanza y ánimo para seguir echándole ganas.
También doy gracias a Dios por la gente pobre como nosotros que compartía su pan y techo, por la enfermera del barrio que daba consuelo a mi madre cuando ella le pedía ayuda en mis enfermedades.
Hace 28 años que llegué a este país y se acabó el hambre. Gracias a Dios ya no recuerdo cómo se siente, pero si están en mi mente todas estas personas que nos dieron la mano en nuestros momentos de necesidad.
Y tú que lees estas líneas ¿tienes personas en tu pasado a las cuales recordar con gratitud?
Yo puedo tener muchas quejas de los míos, pero qué valientes fueron al tenerme a pesar de todo. Mi madre no tuvo pena de pedir fiado en la tienda de la esquina para darnos de comer. Nunca dudó de dejar de comer para que mi hermana y yo tuviéramos algo de alimento que llevar a nuestras bocas.
Muchos de ustedes saben de lo que estoy hablando porque lo han vivido, y los que no, habrán vivido otras experiencias mejores o peores. Pero aquí estamos leyendo y recordando que cada uno tiene su historia, como mi esposa y yo tenemos las nuestras. Aquí estamos con nuestra propia familia e hijos y eso solo se puede porque alguien se encargó de nosotros en nuestra niñez y juventud. Porque alguien creyó que si se podía y nos sacó adelante como pudo, pero nos sacó adelante.
Esos padres y familias que nos ayudaron a llegar hasta este momento de nuestras vidas no lo hicieron solos ellos. Al igual que nosotros, de vez en cuando doblaron rodilla y pidieron la ayuda divina. La única ayuda que sabían que tenían con ellos, que recibieron y por eso aquí estamos, gracias a Dios.
Eduardo Bernal es coordinador del Ministerio Hispano del Vicariato de Charlotte.