Tuve una conversación muy perturbadora hace aproximadamente un año.
Una persona me dijo que le gustaba esta parroquia, le gustaban las ventanas y las obras de arte, le gustaban la predicación y la música, pero no iba a quedarse en esta parroquia. Y me explicó la razón, la persona me dijo: “ustedes tienen demasiados mexicanos”. Aparentemente sólo podían reconocer la presencia de Jesucristo en las personas que se veían y hablaban como ellos.
Poco después de esa conversación, uno de los líderes de nuestra comunidad hispana me hizo una pregunta. Dijo que no era su pregunta, pero escuchó que muchas personas en la comunidad, en esta comunidad, hacían esta pregunta. Así que me la hizo. ¿Cuál era la pregunta?, ¿Cuándo recibirá Nuestra Señora de Lourdes un sacerdote que hable español?
Mi español no es perfecto. Yo sé eso. Pero esa pregunta no tenía nada que ver con el idioma. Esa pregunta sugiere que mi piel es del color incorrecto para proclamar la buena noticia, consagrar la Eucaristía y celebrar los sacramentos en esta parroquia.
Aparentemente, algunas personas sólo pueden reconocer el ministerio de Jesús en las personas que se ven y hablan como ellos.
Cualquiera que sea la palabra que usemos para describir las actitudes detrás de ambas conversaciones, cualquiera que sea la forma en que podamos elegir definirla, no es el cristianismo.
Esas declaraciones y esas actitudes son vigas que ciegan los ojos a la visión del Reino de Dios, son obstáculos para la obra del Espíritu Santo. Esas declaraciones y esas actitudes impiden la unidad que buscamos en Cristo Jesús. Y algunos de nosotros podríamos tener estas vigas, pero todos tenemos pajas.
A veces encontramos ideas antiguas, malas ideas e ideas divisorias que se esconden en nuestras mentes y nuestros corazones. Todos tenemos pajas, pero espero que todos lo que estamos aquí, todos los que reclamamos como nuestra la parroquia Nuestra Señora de Lourdes, queramos ver con claridad.
Queremos que las pajas y las vigas sean removidas, queremos la visión del Reino, queremos ver el rostro de Jesucristo en todas las personas, queremos escuchar la voz de Jesucristo en la voz de cada persona, queremos reconocer las pajas y las vigas en nuestros propios ojos para que la mano amorosa de Jesucristo, que se extiende a lo largo de nuestra vida en esta comunidad, nos pueda sanar y liberarnos.
Queremos vivir para ver la unidad de fe y amor que Jesucristo quiere para nosotros aquí en este lugar, en esta comunidad. ¿Cómo se dará esto? Honestamente, yo no sé.
Dios sólo me ha concedido la visión para ver el siguiente paso que daremos. Nuestra unidad no será uniformidad, tendremos unidad en la diversidad. Esa es la visión de la Iglesia.
Podemos mirar de manera diferente y podemos ver las cosas de manera diferente y aún podemos tener unidad. Pero hay algunos que quieren división, hay algunos que quieren la separación, algunos que quieren la segregación.
Hay personas fuera de nuestra comunidad que lucharán contra nuestra unidad. Dirán que saben más y diremos que nos conocemos, diremos que queremos la visión del Reino de Dios, queremos el poder de la misericordia de Dios y la luz de la gloria de Dios para quemar las pajas en nuestros ojos, nuestras mentes y nuestros corazones. Queremos ver a Jesucristo y queremos vernos unos a otros en Cristo Jesús más claramente.
El miércoles estuvimos unidos, el miércoles de ceniza estuvimos marcados con las cenizas del arrepentimiento. Nuestro primer paso en el camino hacia la unidad y la sanación es pedir la misericordia de Dios.
Nos arrepentimos de nuestros pecados y nuestros defectos. Estuvimos marcados por el signo de la cruz y recibimos la invitación a arrepentirnos y creer en el Evangelio.
Nuestro viaje a la unidad comenzó ahí y Jesús nos dió la comida para el viaje. Llegamos al banquete donde personas de todas las naciones, idiomas y razas se unieron en un acto de adoración al Dios Santísimo. Ahí Jesucristo nos alimentó y ahí Jesucristo comenzó a guiarnos al Reino donde vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo. Un solo Dios por los siglos de los siglos. Amén.
El padre Benjamin Roberts es pastor de la Iglesia Nuestra Señora de Lourdes en Monroe. El texto ha sido adaptado de su homilía del Octavo domingo del tiempo ordinario, correspondiente al 2 y 3 de marzo.