Los cristianos católicos sabemos que la Cuaresma es un tiempo para prepararnos hacia la celebración del Misterio Pascual que es el Gran Misterio de nuestra Fe, y que esa preparación exige la penitencia, el ayuno, la oración y la limosna como prácticas muy efectivas para lograrla.
Una pregunta que muchos nos hacemos es cómo vivirla, cómo hacerla, pues existen muchas dudas acerca de cómo vivir el ayuno, por ejemplo, y muchos nos atrevemos a proponer soluciones como esta: puedes cambiar el ayuno por no ir a jugar el partido de fútbol de la tarde del viernes de Cuaresma, que es una propuesta de solución más contra prestacional que otra cosa, que no tiene nada que ver con el sentido real que tiene el ayuno como práctica cuaresmal.
La iglesia nos enseña que las prácticas cuaresmales propuestas, y que tienen sus raíces en la Palabra de Dios y en la enseñanza del Magisterio, tienen como intención hacer sacrificio, esfuerzo, abstenernos de hacer cosas que son prohibidas como comer carne roja o de animales domésticos, pero si carne de pescado, por ejemplo, con la sincera intención de “molestar” nuestro cuerpo, sentidos; sacarlos del “acomodo” material y volverlos hacia un “dolor” espiritual que nos acerque a la necesidad de hacer penitencia y oración en un proceso de acercamiento a una verdadera conversión.
Una buena Cuaresma debe tener presentes los acentos del ayuno, la oración y la limosna acompañados del rezo y la meditación del Via Crucis, la visita a los enfermos, a los privados de la libertad, a los desamparados, para manifestarles no solo nuestra compañía, sino, y muy especialmente nuestro amor, nuestra caridad cristiana. Trabajar por cerrar las brechas producidas por el odio, la discriminación, el racismo, las desigualdades sociales son acciones propias de este tiempo; y subrayar estas acciones, no con un afán meramente de atención humana, sino y muy profundamente con el sentimiento del sufrimiento de Jesús en su pasión y muerte en la Cruz.
No miremos la Cuaresma como una simple parte del tiempo litúrgico de la Iglesia, sino como un tiempo de verdadera y cercana preparación para iniciar, fortalecer o reiniciar un verdadero proceso de conversión hacia la vida nueva que es el Señor muerto en cruz y resucitado.
Vivámosla, ojalá en familia, en nuestras comunidades, para que muchos hermanos puedan descubrir en ella una oportunidad para acercarse al Señor, para mejorar su calidad de vida personal, familiar y comunitaria con lo cual seremos mejores cristianos, hombres y mujeres preparados para combatir el mal en el mundo y lograr que todos seamos hermanos, unidos en la misma fe y buscando al mismo Jesús y Redentor, Jesucristo, el Señor.
Señora del Silencio y la humildad, Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.
El diácono Dario Garcia sirve como coordinador del Ministerio Hispano del Vicariato de Hickory.