En el primer domingo del tiempo ordinario se aborda el tema del bautizo del Señor.
Este tópico nos sirve para reflexionar en nuestro propio bautizo que tiene su origen en dicho bautizo. Ese día en el río Jordán (Lucas 3, 21-23), cuando Jesús fue bautizado inició una nueva era en nuestra historia y es un acontecimiento fundamental en nuestra fe.
El bautizo del Señor Jesús marca el paso de su vida privada a su vida pública. Para este momento en el ciclo litúrgico ya pasó el tiempo de Navidad.
En las narrativas de la infancia de Jesús, el niño es un personaje pasivo, rol propio de un niño. El niño Jesús tomó algo de iniciativa cuando se pierde en le templo, derecho propio del niño, de acuerdo a su tiempo y cultura (Lucas 2, 41-52). El resto de la vida juvenil de Jesús se queda oscura en la historia. A los escritores sagrados no les interesaba tanto este tiempo. Pero su vida publica inicia con el momento de su bautizo y por eso es importante para los escritores sagrados mencionarlo.
Al ser seguidores de Jesús también a nosotros nos corresponde ser participes activos en sociedad, en la vida pública. El año pasado, nuestra vida pública se caracterizó de muchas maneras, de las que solo mencionaré algunas. Primero, por la directiva de los expertos en la salud de portar mascarilla para minimizar el riesgo de contagio. También, como cristianos que reconocemos el racismo como un mal intrínseco, nos correspondía denunciar el odio racial que nos azotó una vez más. Y por último, como cristianos responsables y agentes activos en nuestra sociedad, nos correspondía rendir nuestro voto.
Y gracias a Dios, terminó la era de las noticias falsas. Teorías de conspiración siempre las ha habido; y creo que, en esta vida siempre las habrá. Pero, cuando estas teorías acapararon los medios primarios de comunicación, solo sembraron desconfianza, violencia y miedo. Como seguidores de Jesús nuestra lealtad pertenece a la verdad. Y nos corresponde discernir esa verdad porque ese es un poder y un deber que Dios nos confió desde la creación.
Este nuevo año, podemos vislumbrar una luz al final de ese largo túnel. El presidente Joe Biden, quien profesa la fe católica, abogado de los pobres y marginados, ha prometido traer unidad a nuestro país.
Esperamos una reforma migratoria justa para tantos indocumentados que son trabajadores esenciales y han puesto su vida en riesgo para evitar el colapso de la estructura social. Sin ellos, el año 2020 hubiera sido testigo de muchas más muertes y sufrimientos. Nuestros indocumentados han esperado 20 años por una reforma migratoria justa. Necesitamos hacer valer nuestra voz para que este oscuro túnel del sufrimiento de nuestro pueblo inmigrante quede por fin detrás de nosotros.
El presidente Biden también ha prometido atacar diligentemente y sin descanso esta pandemia que se ha convertido en el más grande desastre natural de nuestro tiempo. Por el bien de todos, tenemos que colaborar con los esfuerzos y directivas que nos dan los expertos en la ciencia.
La Iglesia también se mantendrá en diálogo con el nuevo presidente para encontrar mejores resoluciones con respecto al mal intrínseco del aborto, punto de tensión entre la Iglesia y el Señor Presidente.
En este nuevo año litúrgico, como en todos los años, es importante mantenernos firmes en nuestras convicciones como cristianos y participar con la sociedad por el bien de todos. Debemos mantenernos en diálogo con los que están en desacuerdo con nosotros. El destruir puentes de comunicación no es de cristianos. El catalogar e interrumpir a otros antes de que terminen de hablar, no es de cristianos. Y el quedarnos con los brazos cruzados y dejar que el mundo ruede tampoco es de cristianos.
Nos corresponde, por nuestro llamado bautismal, ser partícipes activos de nuestra sociedad para crear una cultura de justicia para todos. Nos corresponde crear una sociedad dignificante.
El Padre Hugo A. Medellin C.M., es vicario de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe en Charlotte.