El término tan difundido durante el tiempo de Cuaresma, encierro, aislamiento, travesía, prueba: con los matices del ayuno, la sed, el hambre, los peligros, la lucha, el afán, el desaliento; pero con un gran aliciente: llegar, terminar, alcanzar lo prometido.
El mundo ha vivido muchas cuarentenas, entre otras en este siglo: el dengue, el ébola, el sida, la gripe tipo A.
En la actual, a causa de la pandemia provocada por COVID-19 estamos viviendo sus implicaciones, las cuales nos molestan y afligen porque nos quitan el ritmo de vida diaria, afectan nuestros quehaceres cotidianos: no podemos hacer lo que a diario hacíamos. Pero no podemos detenernos ahí, tenemos que levantar la vista y mirar hacia adelante buscando la calma que viene después de la tempestad, calma que muchos esperan para seguir viviendo igual, en su rutina, gastando la vida en ella; otros para cambiar, para mejorar.
Los cristianos, creo, la estamos viviendo como una oportunidad que Dios nos da para mirarnos a nosotros mismos y caer en cuenta de lo que somos y lo que estamos haciendo, cómo hemos estado viviendo, personalmente y en familia.
Nos ha dado tiempo para reunirnos y convivir más en familia, hacer cosas que en el ritmo normal no hacíamos, por ejemplo, orar en familia, compartir reflexiones y mirar a través de ellas nuestra vida y nuestras relaciones familiares.
Nos ha dado tiempo para acercarnos más a Él, para valorar más nuestras prácticas cristianas. Con el cierre de los templos, por ejemplo, nos ha hecho ver nuestra casa como una iglesia en la que reunidos y cercanos podemos orar, construir el altar, compartir la oración con los hijos, mirarnos como la iglesia en pequeño que somos, pequeña comunidad de vida y oración cristiana; se han cerrado los templos y se han abierto las iglesias familiares.
Nos ha permitido descubrir en los medios electrónicos canales para evangelizar, no simples medios para darle gusto a la ‘videitis’ barata, a la mensajeria insulsa, al chateo vulgar y otras cosas que el medio proporciona y de las cuales hacemos una ‘pulga’.
Creemos que el Señor nos está invitando a sacar muchas cosas viejas y descubrir otras nuevas, a dejar la rutina diaria del ir y venir, del hacer, del no hacer y del dejar hacer. Muchas familias que iban solo el domingo a la iglesia, en este tiempo van todos los días, están todos los días encontrándose con el Señor y la Madre Santísima, allí en su casita, ante el altarcito hecho por mamá y los niños, junto con los jóvenes, en una experiencia que sin cuarentena muchos no vivíamos.
Ahora, el Señor, que es el que todo lo puede y todo lo sabe, ya nos va dejando ver la ‘tierra prometida’, el fin de la pandemia, la reapertura del mundo y, muy especialmente, de sus templos, casas de oración, para volver a vivir en
comunidad la Eucaristía y los demas sacramentos tan deseados por todos. El Señor nos ha despertado más el gusto y la necesidad por ellos en esta cuarentena.
Démosle gracias y preparémonos para regresar a Él con toda la alegría y sinceridad de corazón en los sacramentos, en especial, la Eucaristía, que alimenta para la vida eterna.
El diácono Dario Garcia es coordinador del Ministerio Hispano del Vicariato de Hickory.