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El ‘Sí’ de María

040524 annunciationEste 8 de abril, la Iglesia celebra la Solemnidad de la Anunciación del Señor. Es decir, se recuerda de manera solemne que, un día como hoy, la historia de la humanidad cambió de curso radicalmente. Dios Todopoderoso invitaba a una humilde jóven de Nazaret, la Virgen María, a cooperar en su plan de salvación: Ella será la madre de su Hijo unigénito, el Señor Jesús.

Tradicionalmente, la fiesta se celebra el 25 de marzo, nueve meses antes de la navidad, pero este año, el 25 de marzo está ubicado en Semana Santa.

A la propuesta divina, la “Llena de Gracia” responde con un valiente y generoso “¡Sí!”. Y desde ese preciso momento las puertas del cielo empiezan a abrirse nuevamente y la amistad entre Dios y el hombre, quebrada antaño por el pecado, quedará restablecida.

Por ese ‘sí’, la Virgen quedará encinta por obra del Espíritu Santo, y será elevada a la condición de Madre de Dios. Llevará a Jesús en el vientre: será primero abrigo y protección, y después la encargada de educar a Aquel que es salud del género humano.

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible’. María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel” (Lc 1,35- 38).

No hubo imposición, hubo libertad. María pudo haber rechazado al ángel, aunque la salvación del mundo se pusiera en riesgo. Sin embargo, la “Bendita entre las mujeres” aceptó con amor y generosidad.

No en vano, Dios esperaba y confiaba en María. “Hágase en mí según tu palabra”, contesta Ella; y así se produce el más grande de todos los milagros: la Encarnación de la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Este hecho histórico constituye la auténtica irrupción del Amor infinito en la historia de la humanidad, cuyo significado y repercusiones serán siempre incalculables.

En el pasaje bíblico correspondiente a la narración del encuentro de la Virgen con el ángel, es claro también que el camino que se le mostraba a la Madre de Dios no iba a ser fácil. En ese momento, María estaba comprometida con José y ya había un “plan trazado” para ella y su futuro esposo. No resulta difícil pensar, en consecuencia, que ese plan tendría que ser dejado de lado y que muchas dificultades e incertidumbres habrían de aparecer.

Muy pronto, José, sorprendido por lo que María le contaba, decidió repudiarla en secreto, intentando en la medida de lo posible no avergonzarla frente a todos. María, por su parte, tendría a su Hijo mientras se aferraba a la Providencia de Dios aunque todo se pusiese en contra.

Finalmente, como Dios no abandona a los suyos, envió un ángel que le habló en sueños a José. Dios también esperaba muchísimo de él. Quería que su Hijo estuviera bajo el cuidado paternal de un santo varón. José, por esta razón, recibiría el privilegio incomparable de ser el padre de Jesús en la tierra y de formar con María un hogar santo, lleno del amor divino: la Sagrada Familia de Nazaret.

La Anunciación y la cultura de la vida

María tuvo en su vientre a Jesús. Fueron nueve meses de espera albergando a la fuente de la vida dentro de sí. Nueve meses en los que cada instante era una confirmación de que la naturaleza humana posee una grandeza y dignidad incalculables.

Abrazando lo que somos, Dios quiso vivir cada etapa de nuestra vida terrena, desde la concepción hasta la muerte. No se encarnó a los tres meses de gestación, ni a los seis, ni nada por el estilo, como podría inferirse de esas discusiones contemporáneas sobre cuándo empieza la vida humana y cuándo un ser humano es “realmente” un ser humano. Dios nos alecciona claramente: se es persona desde la concepción.

Y es que la Encarnación se produjo en el instante mismo en el que María concibió del Espíritu Santo: he aquí la razón más elevada por la que la Iglesia defiende a cada ser humano desde el primer instante de su existencia. Por la misma razón, en la fecha, la Iglesia celebra también “El día del niño por nacer”.

— ACI Prensa